Wednesday, March 28, 2007

Ultimo Adios

Ultimo Adios


Bien sé que si quiero conservar amistades, tengo que evitar hablar de religión y de política. Aunque el tema es un poco íntimo, no es menos cierto que todos eventualmente experimentamos los mismos sentimientos y experiencias y estoy seguro que son muchos lo que se identificarán con este texto. Así que hoy comparto lo que escribí para mi papá luego de su pérdida hace exactamente un año.

Aunque este "post" no se publica hasta ahora; lo he escrito a principios de Octubre '06. De paso, encuentro curioso que sabemos que algún día vamos a morir, sin embargo nadie acepta la muerte de un ser muy cercano. Nadie acepta esa pérdida. Yo tampoco.

Al atravesar por la experiencia he aprendido muchas cosas. Especialmente sobre el valor de las personas que tienes a tu alrededor. En el aniversario del fallecimiento de mi papá, hoy hago un alto para recordarlo.


La herencia de mi padre

La noche del 6 de octubre de 2005 no fue una noche cualquiera. Hubo un acontecimiento que marcará el resto de mi vida. Muchas de las cosas que piense y que haga a partir de ese día, estarán influenciadas por el suceso. Todas las cosas son de acuerdo al cristal por el cual se miran. Solo documento las cosas según las entiendo. Es posible que para otros, las mismas cosas sean un poco diferentes. Pero para mí son como lo describo.

Mi padre, Tiberio H. Crespo Villarreal, nació el 16 de abril de 1930 en Cuba. Huérfano a la edad de 11 años y sin la tutela paternal, no tomó mucho más para que abandonara la escuela luego del tercer grado. Trabajó en los campos desde muy niño. Y también aprendió los vicios que son típicos de los lugares donde se trabaja por una miseria. Debe ser por eso que mi papá solo conocía el trabajo y eso nos quiso enseñar a sus cuatro hijos varones y dos hembras.

El creció en otros tiempos. Eran tiempos místicos: la segunda guerra mundial, la gran depresión, tiempos del polio, tiempos cuando la gente enfermaba y moría sin razón aparente. Mi papá aprendió a sobrevivir. A no amilanarse ante la adversidad. Solo Dios sabe a cuantas amistadas habrá visto morir y cuantas más dejó atrás cuando repentinamente salimos de Cuba.

Experiencias que nunca llegaré a conocer en mi vida, lo formaron de manera muy especial y diferente. Sabía guardar silencio. Sabía guardar un secreto. Era extremadamente discreto y placentero. No guardó rencores. Buen negociante. En una ocasión lo vi ofrecer más de lo que había recibido por la misma mercancía a un cliente inconforme. Tan convencido de que valía mucho más de la cantidad por la que había vendido el objeto, le insistía en comprárselo de vuelta. Lo que causó que el cliente se fuese más complacido que nunca con su mercancía. Era buen amigo. Me supo hablar de lo que nunca un padre habla a un hijo.

Mi padre era un hombre de acero. Firme. Determinado. Nada lo inmutaba. Nada parecía causarle tristeza. Algunos dirían que no mostraba sus sentimientos. Sin embargo, llegué a conocer su cara triste y ojos lagrimosos cuando vio a un hijo enfermo, cuando supo de la muerte de gente querida.

Ya de grande, a medida que le fui conociendo, comencé a pensar que un día me gustaría llegar a ser como él, que me gustaría llegar a calzar sus zapatos. De él aprendí cosas como: "morder el cordoban"..., a "guapear", "prenderse por los palos", "verde y con espinas... guanábana seguro", "no te metas por donde dice solo para rinocerontes."

Inteligente. Sabio de natural sabiduría. Pienso que me dio el mejor consejo del mundo. Saludable nunca visitó el hospital hasta su muerte. Positivo nunca se quejó de un dolor. No buscaba la angustia ni la pena de los demás. Con un cáncer terminal, los que acostumbrábamos llamarle al hospital le escuchábamos decir: no te preocupes por mi yo estoy bien --me siento bien -- la semana que viene estoy fuera ya mismo salgo de aquí...

Años atrás le vi muchas veces visitar el hospital y llevarle a Luis lo que le gustaba; dulces de panadería. Ahora era Luis quien le visitaba y le llevaba por las noches lo que mi papá le pedía de comer cada día. Ellos dos compartían cierta afinidad y gusto especial por la comida. También compartían la velocidad con que hacen las cosas y con la que caminan. Los dos siempre "resolviendo".

Cuando yo era niño y antes de que Luis naciera, pude observar a mi papá jugar con mis hermanas en la cama. Ellas le corrían por encima a mi papá y él amagaba como que las atrapaba. Ellas corrían por todas las esquinas de la cama y le pisaban la cara y el cuerpo. El, con una sonrisa se disfrutaba la risa y el juego de sus hijas. Años antes de hacerlo con mis hermanas gemelas, lo hacía igual conmigo y con mi hermano Tiberio. Ahora pude observar otra vez a mi hermana, Beatriz, todas las noches visitarle al hospital y tirársele arriba y abrazarlo en la cama del hospital. De igual forma él sonreía.

Quería que fuéramos a Cuba antes de morir. Noté su nostalgia con volver a recorrer los caminos andados, las veredas conocidas, los campos que de niño conoció. Con volver a respirar ese mismo aire, con ver gente que conoció y que por tanto tiempo habían quedado atrás. A medida que uno envejece, surge más y más el deseo de volver atrás. Pero yo siempre temí ir. No le quise llevar. Pensé que las cosas no serían como el las añoraba. Me comporté insensible a su pedido. Pensé que esta vez estaba equivocado en querer ir a Cuba. Ahora pienso que el equivocado soy yo. Sí le prometí que iríamos a ver a los Florida Marlins jugar. Nunca pudo ser.

Cuando llegó la muerte, lo tomó con calma. Sosteniendo el valor de su palabra, murió como vivió; con hidalguía. Pienso que se cansó de estar solo en el hospital. Se cansó de esperar. Mi papá se fue para siempre la noche del 6 de octubre de 2005. Pero en las noches y momentos de soledad aún le presiento. Su herencia como una sombra me acompaña a cada paso. Y ahora que extraño su figura, le quiero decir un último adiós:

Adiós mi papi querido. Adiós mi papi de siempre. Adiós mi amigo del alma. Una distancia nos separa, pero siempre estarás presente. Te llevo por dentro. Vives en mi corazón y en mi memoria. Vives en el recuerdo, en tus dichos. Vives en mis hermanos y hermanas. Vives en mis tíos y tías. Un buen día te veré y al abrazarme contigo, nunca más te dejaré.
Reinaldo Crespo-Bazán